Laura es una de mis amigas más
queridas. Menuda, suave, dulce, hiperfemenina, es la mujer más buena del mundo. Enviudó muy joven, no tuvo hijos y
estuvo muchos años en una relación con un hombre casado. Pasó demasiado tiempo esperando que él resolviera sus dudas,
su sentimiento de culpa y su confusión, para que en fin de cuentas el personaje
las dejara - tanto a ella como a su legítima - de un día para otro. Totalmente
convencido, sin culpa y sin dilemas, plantó a ambas por una mujer que acababa de conocer.
Si de relaciones se trata, el único
aspecto en el cual Laura ha sido afortunada es en el de los vecinos. Vive en un
edificio bastante chico, gestionado por los mismos propietarios. Todos se
conocen, todos se llevan bien y todos colaboran entre ellos.
Cuando se mudó Martín al edificio, se felicitaron por el arribo de otro vecino encantador. Educado, muy agradable y SOLO. Los de planta baja lo invitaron en menos que canta un gallo “para que
fuera conociendo a sus vecinos” …. y en
particular a Laurita. Si había una posibilidad de formar una pareja, ellos se
iban a encargar que sucediera. Hay gente que es así, casamentera por
vocación.
La simpatía entre los dos fue
instantánea. Había puntos en común, y en todo el consorcio empezó a palpitar la
esperanza de que surgiera algo entre estos
dos seres que se veían tan buena gente el uno como el otro.
Pasaron las semanas, pasaron un par
de meses, y era cosa habitual ver a Laura y Martín charlando juntos en la
entrada, ocupándose de las plantas del jardín o revisando papeles del consorcio.
Para los que
la conocíamos, el cambio en Laura era evidente: usaba conjuntos más coloridos, sonreía por cualquier cosa y arremetía ante la vida con un entusiasmo nunca visto.
Nuestras conversaciones telefónicas en esos tiempos eran sobre un solo tema, y ese tema era Martín. El candidato seguía tan atento como siempre, pero no parecía querer pasar de ahí.
Nuestras conversaciones telefónicas en esos tiempos eran sobre un solo tema, y ese tema era Martín. El candidato seguía tan atento como siempre, pero no parecía querer pasar de ahí.
Llegué a sugerir dejarlos encerrados unas horas en el ascensor para que alguno de los dos
se decidiera a dar el primer paso, pero la idea no tuvo aceptación. Reconozco que lo mío no era muy sutil.
Una mañana Martín tocó timbre en lo de Laura y con evidente expresión de vergüenza y de temor la invitó a subir a comer con él esa noche.
Una mañana Martín tocó timbre en lo de Laura y con evidente expresión de vergüenza y de temor la invitó a subir a comer con él esa noche.
Laurita apareció puntual a la hora
convenida, con la mejor torta casera en sus manos temblorosas.
Martín le sirvió una copa de vino y
fue directo al grano:
“Laura, te invité porque …antes que
nada tengo que decirte que sos la mujer más increíble que conocí en mi vida”
(Ella sintió que empezaba a
sonrojarse)
"Hace poco que nos conocemos, y siento como si fuese de toda la
vida"
(su corazón latía con tanta fuerza,
que lo sentía retumbar en sus oídos)
"Me cuesta mucho abrirme ante los demás, por eso hasta ahora no
había dicho nada"
(ni
se percató que había dejado de respirar)
“Laura, yo soy gay, y me honra decirte
que sos la primera persona de mi entorno a quién se lo puedo confesar”.
Yo no tengo nada que ver con Laura y mi vida ha sido totalmente diferente a la suya. Digamos que si de relaciones se trata, “prolija” es un término que no aplica para mí.
Una mañana, lo encontré muy
concentrado, examinando atentamente todos los rincones del jardín.
“Me parece que voy a plantar hortensias”
“Jamás puse porque dicen que cuando
hay hortensias en la casa, la hija no se casa. Me parece que es hora de poner
unas cuantas hortensias por acá"
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