Esta
es una de las frases que más recuerdo de mi infancia, allá en el medio de la
Pampa Húmeda, en la década de los ‘60.
Tal
como lo evoco , con la inexactitud e imperfección de la memoria décadas después,
parece haber sido la respuesta casi obligatoria a todos mis porqués.
Que
no viniese casi nadie a visitarnos, que nuestros padres pusiesen mala cara
cuando alguien aparecía sin aviso previo,
que se desalentara cualquier amistad con gente del pueblo o vecinos, todo por algún motivo tenía que ver con que
éramos Franceses.
La
comida: otro tema! Nuestra madre rara vez cocinaba. Se sucedían una porquería tras otra, producto de las empleadas “que
cocinan como argentinas, y no entienden que los franceses comemos cosas
diferentes”. Yo comía para matar el
hambre, mi hermano - el eterno inapetente - dejaba pasar plato tras plato; y a Papá no parecía importarle un comino
siempre y cuando hubiese algo para comer. Una cosa buena era que el viejo nos
permitía agregarle vino al agua, “para sacarle el gusto a pis de rana” nos decía.
No
sé cuándo dejé de preguntar y llegué a la conclusión que “francés” era sinónimo
de “diferente”, y así como algunos nacen bajos y otros nacen altos … nosotros éramos
diferentes porque … porque eso es lo que tocó!
Una
de las cosas que menos nos gustó fue que nos metieran pupilos en un colegio a
miles de kilómetros de distancia: qué macana ser franceses,
y no poder estar en casa al menos los fines de semana, como algunos otros
compañeros del mismo internado! No recuerdo haberme preguntado si no era un
poco absurdo que por culpa de ese origen galo que mucho no se palpaba, nos
hubiese tocado en suerte ir a un colegio inglés.
Hace
poco que también caí en la cuenta que la
que más utilizaba la famosa frase “somos franceses”, era nuestra madre: nacida ella en Buenos Aires, y que siempre nos hablaba en castellano.
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