Cuando nuestros viejitos dicen una gran verdad de
esas que nadie se atreve a decir, los más jóvenes solemos disculpar la
incomodidad que generan acotando “es inimputable”.
Me vengo
preguntando si los inimputables lo son porque van perdiendo los filtros entre
la lengua y el cerebro, o si es que se dieron cuenta que no tiene sentido perder tiempo y esfuerzo en
decir las cosas a medias o poner excusas con tal de no quedar mal con los
demás.
No califico (todavía) como vieja inimputable,
pero cualquier sencilla cuenta me da que ya estoy más cerca del arpa que de la
guitarra. Fue justamente mi último cumpleaños que me puso frente al tema,
personificado en el tipo con quien tuve mi última relación.
Creí haber zafado esta vez, pero un par de días
más tarde me mandó un mail pidiendo disculpas por el “olvido imperdonable” y
preguntado qué era de mi vida después de
tanto tiempo …
“tomemos al
menos un café. Avisame. Te mando docenas de besos y un gran feliz cumpleaños
atrasado”.
Uy nooo ¡!! Otra vez sopa ¡!!. Cómo es que este personaje no entiende mis
señales más que claras? Si me llama al teléfono fijo, le contesto que estoy a
punto de salir, si me llama al celular, le digo que no puedo hablar en ese
momento, y me tomo como mínimo un día para contestar sus mails o mensajes.
Semejante tratamiento aplicado a lo largo de varios años, tendría que ser
claro, no? Pues parece que no, y entonces procedo a un autoexamen:
si el tipo
no entiende es que no soy suficientemente clara. No soy suficientemente clara porque no me
atrevo a decirle lo que realmente siento: que si no supiese nada más de él
viviría igual de bien, y que me harta tener que estar a la defensiva para
esquivar besos y abrazos indeseados en las rarísimas ocasiones en las cuales no
he podido evitar un encuentro.
No terminamos mal. Simplemente perdí interés y preferí cortar. No
da para mandarlo al carajo porque no se lo merece, pero … algo tengo que hacer!
Admito con bastante vergüenza que hasta busqué en
Google temas como “qué hacer para que comprenda que se terminó” y todas sus
variantes. No encontré nada que me
ayudara demasiado, y de pronto se me hizo la luz al pensar en “inimputable”.
Me tomé un día para responder (mensaje tácito Nro
1: respuesta tardía evidencia poco interés) y le escribí:
“Pero
Fulano, qué tiene de imperdonable olvidar el cumpleaños de un ex? Te consta que yo no saludo a mis ex en sus cumples. Nunca pensé
que eso estuviera mal.
Mi vida:
linda. Mucho trabajo y muchos viajes. Sin tiempo para charlas ni cafés.
Te
agradezco el saludo”.
Sólo el tiempo dirá si fue suficiente.
El efecto inmediato fue que me sentí muy bien.
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