La única enfermedad que conozco
que puede alegrar la vida es la “Reisefieber” (en Alemán algo así como “fiebre
de viajar”).
Me encantan los aeropuertos, mirar
los pasajeros, imaginarme los motivos de sus viajes … y para mí no hay
sensación más adrenalínica (de las lindas!) que el despegue de un avión.
Me dan una pena tremenda aquellos
que parecen que preferirían estar
besando un cactus que estar dentro de una máquina que se eleva del suelo, los
pobres que se mueren de miedo con un pozo de aire, mientras que yo la paso
genial.
Soy una fan de los pilotos: hace
poco leí una frase que me encantó “los pilotos son los únicos profesionales que
garantizan la calidad de su trabajo con su propia vida”.
Aunque una lo haga sin querer,
seguramente he intentado trasmitir a mis hijos el amor por los aviones. Tuve
50% de éxito: uno adora volar, el otro siempre la pasa mal ( pobre, es
demasiado alto, y no lo supe fabricar en
versión plegable!).
Ya falta poco para un nuevo
despegue, y – como toda mujer - me enfrento al eterno dilema de qué llevar en
la valija. Esta vez hay una novedad, y es que uso luto. Viejito querido, con
todo respeto lo digo: qué pegada que es armar conjuntos usando ropa de un mismo
color, o casi !!!
De todos modos, estas cosas no
te importaban ni medio, te imagino diciendo “c’est ridicule”.
Marchen dos pantalones negros, un
par de jeans (el jean no es un color: es el uniforme familiar), los combino con
algunas remeras y sweaters grises, negros y blancos, y voilá, tengo casi todo listo.
Ahora, recién ahora, entiendo esta tendencia del guardarropa
minimalista, a los famosos que usan siempre lo mismo … literalmente uno se
ahorra horas de vida no pensando qué ponerse, cómo combinar la ropa! No digo
que haya que hacerlo precisamente con el negro, pero creo que llegué a un punto
de no retorno: de ahora en más, a elegir “mi “ gama de colores y no pienso
despegarme más de ella.
Otro tema: la valija. Así como me
encanta viajar, oh casualidad, me encantan las valijas. Decidí jubilar mi
querida Samsonite beige antes que largase su último suspiro en algún momento
inoportuno. Me compré una Swiss Army,
esperando que salga tan buena como las navajas, y a precio de recontra oferta
pero … así baratísimas, la única opción era en negro. En el primer viaje que nos fuimos juntas, le
puse tremendo moño dorado en la manija, y así y todo dio vueltas durante media
hora en la cinta de equipaje hasta que la reconocí.
Algo voy a tener que inventar,
para reconocer mi propia valija, del mismo color que el 90% de las demás. Mi
padre tenía un sistema totalmente a su imagen: con pintura blanca, escribía su
nombre en todas las caras de la valija. Infalible.
Seré demasiado convencional, pero
no me animo a hacer lo mismo.
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