lunes, 12 de octubre de 2015

La fiebre de viajar

La única enfermedad que conozco que puede alegrar la vida es la “Reisefieber” (en Alemán algo así como “fiebre de viajar”). 

Me encantan los aeropuertos, mirar los pasajeros, imaginarme los motivos de sus viajes … y para mí no hay sensación más adrenalínica (de las lindas!) que el despegue de un avión.

Me dan una pena tremenda aquellos  que parecen que preferirían estar besando un cactus que estar dentro de una máquina que se eleva del suelo, los pobres que se mueren de miedo con un pozo de aire, mientras que yo la paso genial.

Soy una fan de los pilotos: hace poco leí una frase que me encantó “los pilotos son los únicos profesionales que garantizan la calidad de su trabajo con su propia vida”.

Aunque una lo haga sin querer, seguramente he intentado trasmitir a mis hijos el amor por los aviones. Tuve 50% de éxito: uno adora volar, el otro siempre la pasa mal ( pobre, es demasiado alto, y no lo supe fabricar en  versión plegable!).

Ya falta poco para un nuevo despegue, y – como toda mujer  -  me enfrento al eterno dilema de qué llevar en la valija. Esta vez hay una novedad, y es que uso luto. Viejito querido, con todo respeto lo digo: qué pegada que es armar conjuntos usando ropa de un mismo color, o casi !!!

 De todos modos, estas cosas no te importaban ni medio, te imagino diciendo “c’est ridicule”.

Marchen dos pantalones negros, un par de jeans (el jean no es un color: es el uniforme familiar), los combino con algunas remeras y sweaters grises, negros y blancos, y voilá, tengo casi todo listo.
Ahora, recién ahora,  entiendo esta tendencia del guardarropa minimalista, a los famosos que usan siempre lo mismo … literalmente uno se ahorra horas de vida no pensando qué ponerse, cómo combinar la ropa! No digo que haya que hacerlo precisamente con el negro, pero creo que llegué a un punto de no retorno: de ahora en más, a elegir “mi “ gama de colores y no pienso despegarme más de ella.

Otro tema: la valija. Así como me encanta viajar, oh casualidad, me encantan las valijas. Decidí jubilar mi querida Samsonite beige antes que largase su último suspiro en algún momento inoportuno.  Me compré una Swiss Army, esperando que salga tan buena como las navajas, y a precio de recontra oferta pero … así baratísimas, la única opción era en negro.  En el primer viaje que nos fuimos juntas, le puse tremendo moño dorado en la manija, y así y todo dio vueltas durante media hora en la cinta de equipaje hasta que la reconocí.

Algo voy a tener que inventar, para reconocer mi propia valija, del mismo color que el 90% de las demás. Mi padre tenía un sistema totalmente a su imagen: con pintura blanca, escribía su nombre en todas las caras de la valija. Infalible.


Seré demasiado convencional, pero no me animo a hacer lo mismo.

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