sábado, 9 de mayo de 2015

Pedagogía

Hace muchos años, una amiga me dijo “vos sos una fuerza bruta de la naturaleza”. Si le sacamos el “fuerza” y el “naturaleza”, su definición  es perfecta. 

Estudié algo de psicología y me di cuenta que las respuestas que buscaba no las iba a encontrar en los libros, sino recostada en un diván. Mucho dinero y varios divanes después, no llegué a cambiar muchos  “rasgos de mi temperamento”, pero ahora me siento muy bien con ellos. O sea,  conmigo misma.

Haberme comprado las obras completas de Freud resultó ser una excelente inversión.  Ya siendo madre, me ayudaron mucho en la educación de mis hijos. Cada vez que estaban insoportables, amenazaba con tirarles con el tomo III por la cabeza, y enseguida se dejaban de romper la paciencia.

Atesoro algunas historias de cuando mis hijos eran chicos, como la de un día del menor en la escuela:

La maestra estaba hablando de obediencia y disciplina y comenzó a interrogar a los alumnitos sobre cómo los reprendían los padres cuando se portaban mal.
- El primer alumno que expuso su ejemplo, dijo que los padres lo enviaban a su cuarto a reflexionar sobre su conducta.
(Entre tanto, la maestra notaba que mi hijo sonreía)
- El segundo alumno dijo que a él le suprimían tiempo de televisión.
(Mi hijo levantaba la mano, con cara de estar muy divertido).
 La maestra, curiosa por ver a mi hijo al borde del ataque de risa,  le terminó preguntando  cuál era el castigo habitual en su casa y él contestó:
- “Mi mamá me grita: ¡HIJO DE PUTA, TE VOY A MATAR !!! y después no hace nada” -


Esta historia me la contó la madre de un compañero, para explicarme por qué jamás se juntaban conmigo cuando querían discutir medidas de disciplina en el colegio.