Hace muchos años, una amiga me dijo “vos sos una fuerza bruta de la
naturaleza”. Si le sacamos el “fuerza” y el “naturaleza”, su definición es perfecta.
Estudié algo de psicología y me di cuenta que las respuestas que
buscaba no las iba a encontrar en los libros, sino recostada en un diván. Mucho
dinero y varios divanes después, no llegué a cambiar muchos “rasgos de mi temperamento”, pero ahora me
siento muy bien con ellos. O sea, conmigo misma.
Haberme comprado las obras completas de Freud resultó ser una excelente
inversión. Ya siendo madre, me ayudaron
mucho en la educación de mis hijos. Cada vez que estaban insoportables,
amenazaba con tirarles con el tomo III por la cabeza, y enseguida se dejaban de
romper la paciencia.
Atesoro algunas historias de cuando mis hijos eran chicos, como la de
un día del menor en la escuela:
La maestra estaba hablando de obediencia y disciplina y comenzó a
interrogar a los alumnitos sobre cómo los reprendían los padres cuando se
portaban mal.
- El primer alumno que expuso su ejemplo, dijo que los padres lo
enviaban a su cuarto a reflexionar sobre su conducta.
(Entre tanto, la maestra notaba
que mi hijo sonreía)
- El segundo alumno dijo que a él le suprimían tiempo de televisión.
(Mi hijo levantaba la mano, con
cara de estar muy divertido).
La maestra, curiosa por ver a
mi hijo al borde del ataque de risa, le
terminó preguntando cuál era el castigo
habitual en su casa y él contestó:
- “Mi mamá me grita: ¡HIJO DE PUTA, TE VOY A MATAR !!! y después no
hace nada” -
Esta historia me la contó la madre de un compañero, para explicarme
por qué jamás se juntaban conmigo cuando querían discutir medidas de disciplina
en el colegio.