“No me queda más remedio, los
voy a tener que invitar”. Su tono lo dice todo: pudo pasar mucho tiempo sin ofrecer ni un vaso de agua cuando el viejo estaba enfermo y mientras que transitaba la
reciente viudez. Pero después de dos años ya no da más para posponer lo
inevitable. La buena educación, la cortesía, el protocolo que la rigen la obligan a retribuir alguna
vez.
“Les digo que vengan tipo 6
o 6 y media y ya está”. Qué te pasa, te volviste yanqui? Tenés pensado morfar
cuando todavía brilla el sol?
Pero Mon Dieu, será posible
que no entiendas? - justamente a las 6 ya tomaron el té, vienen todos bastante
comidos y yo los puedo arreglar con cualquier cosa”.
Ahí reconozco que entré en
pánico. Una reacciona en forma incontrolada a todo lo que marcó durante la
niñez. Cualquier cosa tal como lo entiende la que se jacta de ser la inventora
del sanguche de puré puede ir más allá del espanto tolerable para el paladar
humano. Qué podés esperar de la que un buen día fue capaz de agarrar dos
rebanadas de pan lactal y un puré viejo y frío en la heladera, y armar eso como
venía en un sándwich?
Ella contó mil veces que
cuando era joven su madre no le permitía entrar en la cocina “porque ese no era
su lugar”. Las manos finas y elegantes no se debían estropear manipulando
elementos de cocina, y los bifes y fritangas dejan olor en el pelo. Quién puede
tener ganas de lavar, marcar y peinar toda una cabeza por un simple bifacho que
se comió en tres minutos?
En estos tiempos de Ni Una
Menos, con los temas del acoso y el abuso tan difundidos en los medios, me
pregunto cómo se debería llamar lo que sufrimos nosotros. Será maltrato
nutricional?
“- Claro. Me imagino algo simple. Lo importante
es juntarse y compartir. Qué tal unas empanadas y vino con helado de postre?” - Sugerí agradeciendo que en este milenio todo eso se consigue por teléfono y llega
como por arte de magia a la hora requerida.
Por desgracia, la idea no prendió: “no somos Franceses para invitar a una comida tan Argentina, además, las
empanadas las comen con las manos .... un horror cómo quedan las servilletas de hilo y las alfombras buenas
siempre terminan con alguna mancha. Cómo se nota que no sos vos la que tiene
que andar después detrás de Mary para que limpie todo a fondo ….”
Lomo al horno con papas a la
crema, ensalada y mi famosa mousse de chocolate le pareció más adecuado, dando
por tierra con mi optimismo y esperanzas de no tener mucho que hacer para que
Señora Madre cumpliera con sus obligaciones sociales.
Llegué el día indicado a la
hora convenida con los brazos cargados de todo el catering preparado en casa y
fui recibida por una hermana mayor de Grace Kelly, enfundada en un conjunto
blanco espectacular. Me dí cuenta que era el mismo que usó para el entierro
del viejo (“demasiado calor para negro, y en fin de cuentas, el blanco es el
luto de las reinas” había dicho entonces).
Los amigos fueron llegando y
cuando ofrecía la primer ronda de bebidas noté una botella de whisky pura malta
bien a la vista en el bar. La bífida que existe en mí hizo un comentario sobre
lo mal que la pasan algunos, sabiendo perfectamente que esa botella tenía que
ser traída por el Lord. Un gélido “sí, este whisky lo dejó él, así que no te lo
tomes todo, o comprá mañana mismo otro igual” me puso en mi lugar.
Como no podía ser de otra manera, la
conversación fue directo hacia recuerdos e historias con el viejo. Daniel
recordó que una vez en el campo, siendo mediodía, El Francés les ofreció que se
quedaran a almorzar, y les sirvieron una gran fuente de arroz blanco. Solo.
Nada más. Quizás mis carcajadas estuvieron de más, pero prefiero reír que
llorar.
La comida salió muy bien.
No estuve demasiado en la mesa porque iba y venía entre la cocina y el comedor.
Iba lavando toda la vajilla porque ya sabemos que no hay porcelana que resista
a la brutez de las mucamas de hoy en día. Alcancé a oír los cumplidos de los
invitados, a todos les pareció riquísima la mousse y mi madre tuvo la humildad
de admitir “tampoco es para tanto, debo reconocer que Ella me ayudó un
poco”.
Serví el café para todos.
Para todos menos yo, porque no quedan más que 5 tazas del juego de Limoges.
La cocina ya iba quedando
impecable para cuando se fueron los primeros. Muy egoísta, aproveché para "bajar
con ellos" (es decir, huír cuanto antes). En medio de agradecimientos de los invitados, me fui con las
palabras de despedidas de la anfitriona “de nada. Por favor, un placer … cierto
… a estas alturas … agotada … pero le puedo ver lo bueno, valió la pena: después de hacerles
todo esto, me quedan sobras para no cocinar durante todo el fin de semana”.