domingo, 29 de enero de 2017

Las Pequeñas Grandes Cosas





Enero en Buenos Aires.

 Una vez que la abandonan los estresados laburantes, los cansados estudiantes, los molestos manifestantes y  los corruptos gobernantes, la ciudad nos pertenece a los pocos afortunados a los cuales no nos importa el asfalto en ebullición.

Cuando la Reina del Plata queda casi desprovista de amigos, familia y obligaciones, suelo aprovechar para otorgarme unas buenas maratónicas sesiones de alpedismo. Lo hago sin ninguna culpa, me digo que me lo merezco y me pongo a disfrutar de hacer lo menos posible, lo mínimo indispensable, y siempre que se pueda, tirada en la cama, mirando hipnotizada el ventilador.

Son años de práctica intensa y me sale excelentemente bien. Lo único que no he podido lograr todavía es poner al mismo tiempo la mente en Off. Al cabo de algunos días, se me ocurre alguna idea brillante y me dedico a ponerla en práctica. Esta vez, se me ocurrió aprovechar el tiempo libre para hacer algo bueno por la fachada. Embellecerme, adelgazar, ese tipo de cosas que a las mujeres se nos ocurren pero que no siempre logramos hacer.

Pega fuerte el haber tenido una madre hermosísima, toda ella elegancia y perfección. La gran pena es que jamás, pero jamais de la pute vie, voy a intentar siquiera pasar un mes comiendo zapallitos hervidos como la he visto hacer en vísperas de una gran ocasión. Tampoco peregrinaría en consultorios que venden la eterna juventud bajo la forma de inyecciones dudosas,  no me llenaría de pastillas, ni me aguantaría siquiera un masajista en casa todos los días.

Me incliné por un curso de acción más básico y sencillo. Un poco de dieta, de vitaminas bajo forma de un plus de frutas y verduras y no mucho más..  Me gusta la idea de hacer dieta en verano, porque es buena excusa para no cocinar. Me imagino viviendo a ensaladas, pero la constancia no es mi fuerte y caigo fácilmente en los brazos de  cualquier calórica tentación.

Empecé a sospechar que no iba a lograr muchos resultados cuando preparando tecitos milagrosos para acelerar el metabolismo (un espanto de té verde, jengibre y limón) la Señora que trabaja en casa aniquiló mi entusiasmo con un lacónico  “Ah,  por supuesto. La fe también es muy importante”.

Una vez deposité mi fe en un spa con muy buena reputación, pero la experiencia no fue de lo mejor. Estuve una semana en Brasil, en un lugar donde me dijeron que me iban a hacer sentir como Cleopatra y no me resultó.

 Me sentí más bien como una prisionera en un campo de concentración. Con trabajos forzados, bajo la mirada atenta de un Joao que se empeñaba en destruirme todos los músculos que ni sabía que tenía, sometida a torturas con cremas, aparatos y electrodos y pasando una hambruna fenomenal.

Como el campo de concentración era (supuestamente) de 5 estrellas, gasté una montaña de billetes para  pasar una semana de horror y volver a casa con un-solo-kilo-de-merde de menos en mi haber. Para mí, un rotundo nunca más!
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Por suerte, este nuevo año me sigue sorprendiendo con cosas buenas y esta vez la sorpresa me llegó bajo forma de una invitación. “Qué te parece si te venís unos días al campo? Alejarse del mundanal ruido, hacer caminatas y comer sano. Te vá"?





En menos que canta un gallo preparé un bolso y como invitada considerada y agradecida aporté unas cuantas vituallas para agregarle variedad a la gastronomía del lugar. La Musa Inspiradora se mantuvo a mi lado y pude presentar una terrina de salmón y un risotto de frutos de mar que arrancaron lágrimas de emoción y gula concupiscente por parte del público.

(Mejor mirar la botella medio llena, porque la botella medio vacía sería que he llegado al momento de mi vida en el cual mis creaciones culinarias despiertan más pasiones que yo misma).

Los astros se alinearon para que me pudiera zambullir de cabeza en los placeres de las Pequeñas Grandes Cosas. Simplemente el estar y el disfrutar.

Paz y tranquilidad.
Siestas a cualquier hora.
Sol y pileta y cielos estrellados.
Caminatas aeróbicas y los pies descalzos por  el césped también.
Tormenta, lluvia y un arcoiris doble que me hizo un guiño especial.
Café caliente, café frío, agua y champagne.
Olor a tostadas, olor a tierra mojada, olor a protector solar.
Sin perfume, sin maquillaje.
Shorts, ojotas, traje de baño y nada más.
Una película que no ví entera y un libro atrapante que no alcancé a terminar.
Las charlas, las risas y los silencios. Eso, fue lo mejor.

Mi amigo el Conejo me guió hasta el fondo de la madriguera, y sin que me diera cuenta me hizo pasar a través del espejo hacia el  País de Carpe Diem.

Desperté –como Alicia – bajo un árbol. En Palermo, en la misma plaza donde jugaba cuando era chica.

Después de la incursión en el País de las Maravillas, el retorno no podía ser más real ni más nuestro: 



Foto: en puesto de choripanes sobre Av. Sarmiento

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